¡Aprendiendo de Macondo!




MACONDO
Imagen cortesía de Google Earth.




¡Aprendiendo de Macondo!

Reflexiones sumarias sobre Colombia a través del ordenamiento territorial de sus municipios.

José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que la otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes...  
Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad, página 10.

Introducción:
Tras la partida del viaje sin retorno del pasado 17 de abril (2014) del hijo del telegrafista de Aracataca y premio Nobel de literatura 1982, muchas han sido las manifestaciones de solidaridad, admiración y el reconocimiento, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica y el mundo de las letras en general sobre sus aportes y legado, así como sus referentes y guías en su proceso de formación que lo convertirían en un clásico de la literatura universal.

Esta vez, y sin desmedro de las muchas aristas analizadas sobre la obra de tan ilustre personaje, nos detendremos en una muy particular, la del Gabo planificador urbano, urbanista y ecologista, tal y como se desprende del ejercicio de ordenación territorial que recreara José Arcadio Buendía en el proceso fundacional de “Macondo”, con el acertado trazado viario de la aldea, sus manzanas y la disposición de las viviendas, provisión de agua, acceso al río, sin que ninguna tuviera privilegio sobre las otras, y que haría de Macondo un poblado ordenado, próspero, laborioso, y especialmente un territorio feliz, como corresponde a todo proceso de ordenación territorial y al urbanismo en su esencia y función pública.

Desarrollo:
Magistral demostración de prospectiva territorial de José Arcadio Buendía en Macondo, fundada en equidad, justicia y sensatez con centro de interés en las personas para el acrecentamiento del nivel de vida de éstas, contrastando enormemente con la realidad del municipio colombiano en general. Caracterizados por la segregación socio-económica y espacial de buena parte de su población, con necesidades básicas por resolver y el localizarse en amplias zonas de municipios en situación de amenazas, y susceptibles de inundaciones, inestabilidad de suelos asociados a fenómenos de remoción de masas, (urbanismo ladera), riesgo antrópico, “fronteras invisibles”, pobreza, construcciones sin apego al Código de la Construcción sismo-resistente (NSR-10). En fin “ejercicios de ordenación” por fuera de la gestión del riesgo, de la dimensión ambiental y del hombre mismo, y la más devastadoras de todas, la ausencia de políticas de estado, evidenciada a través de exiguos ejercicios de territorialidad.

Entendiendo por territorialidad, no la diseminación por los cuatros puntos cardinales de nuestros municipios de la fuerza pública; Policía Nacional, las Fuerzas Armadas y Militares, sino de políticas de estado expresadas en planes de desarrollo y presupuestos vertidos diáfana y pertinentemente sobre los territorios en simetría con las “agendas territoriales” de cada municipios, fruto de la concertación y participación de todos, especialmente de las gentes como la única posibilidad de construir y consolidar democracia, no en abstracto, sino con municipios localizados en sitios seguros, intra e intercomunicados, virtual y físicamente, con educación y salud pertinentes, vivienda digna, espacio público y recreodeportivos, infraestructura urbana y de servicios, aparato productivo para la provisión de empleo de calidad y con ello oportunidades de desarrollo con dignidad y decoro para la gente, y su bienestar como la Macondo de Don José Arcadio.    

En definitiva, erradicar para siempre el asistir a experiencias aciagas como las de Armero Tolima en noviembre de 1985 (irreparable), la acaecida en Armenia en enero de 1999 (cuantiosa), la inundación del sur del departamento del Atlántico 30 de noviembre de 2010 (insoluta), la del barrio Cervantes en Manizales, el drama de aproximadamente 500.000 habitantes en una quinta parte del territorio del distrito de Barranquilla en la ladera occidental y los arroyos urbanos (insolutos), la problemática de la población asentada en las faldas y bajos del cerro de la Popa en Cartagena de Indias, exacerbadas en el 2012 con ocasión del fenómeno de la “Niña”, el drama minero, y recientemente los casos de las torres habitacionales “Space” en Medellín y la de Gramalote en el departamento de Norte de Santander, por solo citar algunas, igualmente cuantiosas y cuyas soluciones permanecen en ciernes.  

Tragedias y catástrofes, absolutamente previsibles y evitables, o por lo menos mitigables, y no porque se necesitara de la “bola de cristal” o un curso avanzado de hechicería para actuar. Sencillamente, invocando el conocimiento, las ciencias, la tecnología e innovación y la planeación para la toma de decisiones como antídoto contra la improvisación y corrupción que dolorosamente caracteriza a las dirigencias locales y nacionales, como siempre seriamente comprometidas en todos estos infortunios, asistiendo con ello a una especie de Sísifo, en un eterno comenzar sin que se concluya nada.

Por otra parte, si bien Colombia no la ha distinguido ser poseedora de una larga tradición en el tema de la ordenación de sus municipios con apego a la equidad socio-espacial de sus territorios, localizarse en sitios seguros e interconectados, productivos, para el desarrollo de sus potencialidades y el bienestar de sus habitantes, sí en cambio destacar el esfuerzo del estado colombiano últimamente por dotar a sus dirigentes y tomadores de decisiones de un importante cuerpo de leyes y normas para atender el tema, iniciándose el mismo con la promulgación de la Constitución de 1991 o “Carta Verde”, complementada posteriormente con La Ley 152/94 o de los Planes de Desarrollo, la Ley 388/97 o de Desarrollo Territorial, Ley 99/93 o Ley del Medio Ambiente y recientemente la Ley 1523/12 o de La Gestión del Riesgo que constituyen, no solo notorio avance, sino los fundamentos para atender tan importantes y decisivos menesteres.

Desde luego que antes de la Carta Política del 91 y demás leyes relacionadas con el ordenamiento territorial, ya existían los llamado “estatutos urbanos” en nuestros municipios, solo que con una visión trivial y cosificada de la compleja realidad llamada ciudad, a la que se abordaba desde su estructura predial, o del predio a predio, sin posibilidad alguna de generar espacio público y recreo-deportivo, mobiliario e infraestructura urbana y de servicio y demás elementos cualitativos que generan bienestar a las personas, sino todo lo contrario, segmentación, injusticia al punto de que Colombia sea considerada según estudios de la ONU junto a Brasil los países más inequitativos de América. Consideración que para nada constituye un halago.     

No obstante, por muy acertadas leyes que se tengan, se requiere de extraordinarios seres humanos para que éstas se erijan en el complemento ideal y puedan cumplir su cometido; personas bien formadas e intencionadas, con capacidad de trabajo, vocación de servicio, gran sensibilidad social, rodeados de similares y el don de escuchar, la claridad de que en el ejercicio de la función pública, la máxima es servirle a la sociedad, y no así mismo como suele suceder, y no nos estamos refiriéndonos a seres extraterrestre, nos referimos a hombres y mujeres de carne y hueso, que con seguridad existen, y en mayor proporción de la que creemos, y si no, entonces a emprender las cruzadas para formarlos, y para ello, el gran potencial en los niños y jóvenes estudiantes, afortunadamente descontaminados y dispuestos a dignificar las prácticas políticas en el país.

Complementariamente propender por la construcción e implementación de procesos regionales que tanto requiere la nación, e ir desmontando la “macrocefalia bogotana”, pues, resulta oprobioso que hasta para rodar el sofá de la casa haya que pedir autorización a la “Cachacópolis” D.C. tan inconveniente para el desarrollo de la nación, que solo ha servido históricamente para estigmatizar a las regiones con epítetos desobligantes de corruptas e inoperantes, olvidando que el modelo económico centralizado está concebido para que todo funciones de esta forma, una especie de que todo cambia para que todo siga igual. Reafirmándose con ello que la concentración de poder corrompe, y la concentración absoluta corrompe absolutamente (caso Bogotá), proceso perverso que como los manantiales, igual que ocurre con las estructuras piramidales parten de arriba hacia abajo, y no lo contrario, como han sostenido los “malabaristas y prestidigitadores del altiplano,” para convencernos de ello, al mejor estilo de Melquiades y compañía  tras su llegada a Macondo. Bueno, aquí sea justo reconocer, que les ha funcionado el discurso, hasta el punto que semejante estratagema la hemos asumido como axioma. “La provincia o las regiones son corruptas”, y por tanto aun hoy no están en disposición ni en capacidad de auto determinarse. Bogotá como la madre abnegada, o si se prefiere por mandato divino debe seguir regentándolas.     

Continuando con el tema, seguramente se ha reflexionado candorosamente sobre la figura de la descentralización administrativa como la fórmula salvadora. Sin embargo, ésta no ha pasado de ser un manual de buenas intenciones. Recordando que de “buenas intenciones está sembrado el camino al infierno”, pues la autonomía fiscal y las grandes decisiones nacionales están reservadas a la capital, a los municipios solo se les ha trasladado tareas, y solo eso.

El asunto por la paz es un claro ejemplo (centralizado), tema en el cual las regiones jugarían un papel trascendental, otro, el de las “regalías”, arrebatado a los municipios para endosárselos a Bogotá y exacerbar el ya avasallador poder central, y por si se tiene dudas, recientemente la Comisión Reguladora de Energía y Gas, CREG, asesta duro golpe al caribe colombiano tras su pretensión de imponer tarifas diferenciales por el orden del 25 % respecto al resto del país, en un acto discriminatorio inaceptable que agrede y pone en total desventaja a nuestra región; contrariando con ello, no solo preceptos constitucionales (derecho a la igualdad), sino a las metas de inflación del país 2015 (3.1% según banco de la República). A la distancia, lo que se infiere de este despropósito por llamarlo de buena forma, es que los miembros de esta comisión deben estar de correrías por la exósfera en una cápsula espacial, y desconectados de las realidades y necesidades térreas del país. La lista sería interminable de casos sobre el despojo y de abusos que permanente se infringe a la región y a los municipios. 

Acotaciones finales:
Luego de este recorrido sumario por la realidad de nuestros municipios, se pone de manifiesto la inaplazable y colosal tarea que le esperan al Estado y gobierno colombiano por emprender la cruzada por las reivindicaciones socio-económicas y la dignidad de sus entes territoriales, e ir saldando deuda social histórica para con la mayoría de connacionales, quienes viven en condiciones de precariedad y en una especie de “apartheid” o “Cultura del desarraigo”, especialmente en áreas rurales y la periferia de las ciudades, ahondada por un conflicto armado al que no han pedido pertenecer, y del que llevan la peor parte.

Por ello, no es un embeleco el tema de la pacificación de la nación, que no se alcanzará vía “Reformas”, como se ha pretendido en el país; reforma educativa, a la salud, agraria, tributaria y demás, con exiguos resultado. Indicativo que este procedimiento es totalmente inocuo, y particularmente frustrante para el colombiano en general, pues, se requiere entonces, no solo grandes transformaciones, sino de restructuraciones, replanteamientos, y de ser necesario de refundaciones de parte importante de sus instituciones (municipio, región y el país en general), a las que no debe temérseles, sencillamente, a grandes problemas, grandes soluciones, y a que por fin Colombia se constituya en una auténtica democracia, moderna, justa, equitativa, participativa y con la generación de oportunidades para todos.


Para terminar de momento con “Aprendiendo de Macondo”, se requiere de excelsos ciudadanos como Don José Arcadio Buendía, líderes naturales y auténticos, y no fabricados por decreto como acontece en el medio, asimismo, revisar profundamente el concepto de Macondo como lo anticuado, atrasado y de mal gusto, pues, la moraleja que nos deja es que mientras su proceso fundacional se hizo con apego a la esencia y función pública del urbanismo, propio de todo aquello que es civilizado, nuestros municipios en cambio andan “Manga por hombro”.             

AUTOR: TITO PATRICK MACIAS SANJUAN.  

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